martes, 2 de febrero de 2010

Sesion Doble



La mayoría de las decisiones importantes se toman, generalmente, porque la vida empuja a ello, y no por la firme resolución de cambiar o hacer algo nuevo. Un giro inesperado de los acontecimientos, un golpe que no habías previsto. Son esa clase de cosas las que cambian tu vida. Eso mismo les sucede a los protagonistas de “Adventureland” y “Un lugar donde quedarse”. Al primero, el cambio de estatus en el trabajo de su padre, le obliga a tener que trabajar por primera vez para poder pagarse los estudios en la Universidad de Columbia. A la pareja de la segunda, es un embarazo no esperado lo que les obliga a replantearse su modo de vivir.

“Adventureland”, firmada por Greg Mottola, es de esas películas, en palabras de él, “que no quieres que se acaben. De ésas que te atrapan por la música”. La sombra de Lou Reed planea sobre todo el metraje, y la música, autoría de Yo La Tengo, le da entidad de película indie, agradable de ver. En ella, Jesse Eisenberg, (que lucha con Michael Cera por ver quien tiene la cara de tonto más adorable del panorama cinematográfico actual), comienza a trabajar en Adventureland, un parque de atracciones plagado de post-adolescentes como él. “Hacemos el trabajo de unos vagos, patéticos y sin moral”. Pronto, James (el personaje encarnado por Eisenberg) se fija en Em' (interpretada por Kristen Stewart, especializada en poner cara de agobio existencial constante), una melómana con una vida complicada, que se debate entre dejarse querer por James o seguir sin ser querida por Connell, el encargado de mantenimiento del parque (interpretado sin sus tics habituales por Ryan Reynolds), a su vez, casado con una rubia camarera. El encanto de la película radica en la construcción de los acontecimientos, que bien podrían ser las que te sucedieron a ti aquel extraño verano del 87'. Las situaciones, por cotidianas, resultan cercanas a la experiencia de cada uno. Es de agradecer que hasta las escenas y los personajes más excéntricos parezcan posibles fuera de la pantalla. Mottola crea el ambiente adecuado para explicar ese difícil trance en el que tu vida cambiará irremisiblemente. Ya no eres un niño, pero desde luego, tampoco eres un hombre. La confusión reina en torno a todo lo que haces, y lo más probable es que, diez años más tarde (tal y como les sucede a los protagonistas de “Un lugar donde quedarse”) siga siendo de este modo. Lo complicado es el tránsito de un lugar a otro. Como se diría en antropología, los protagonistas se encuentran en una fase liminal.
Si a esto le sumamos que la música es fantástica y que los personajes (aunque patéticos e incluso despreciables) caen bien, nos encontramos frente a una estupenda película que hará la boca agua a todo melómano romántico que se precie.

“Un lugar donde quedarse”, en cambio, falla en sus irregularidades, tanto en la trama como en el planteamiento. La película de Sam Mendes tiene su punto fuerte en la pareja protagonista, interpretada por John Krasinski y Maya Rudolph. Lo que hace verosímil a “Adventureland” es su ausencia de caricaturas y en el caso de “Un lugar...” es precisamente su exceso de las mismas lo que la hace difícil de creer. Burt (Krasinski) y Verona (Rudolph) descubren que estan “embarazados”. Burt y Verona gozan de una existencia pacífica y podriamos decir feliz. Viven en una casa-caravana, tienen un trabajo estable, y cuentan con la ayuda de los padres de Burt para criar a su futura hija. El punto de ruptura sobreviene cuando los progenitores de Burt (excéntricamente interpretados por Catherine O'Hara y Jeff Daniels) les comunican que se trasladan a vivir a Bélgica durante dos años. Los dos primeros años de su nieta. Esto, en si, ya resulta bastante chocante. ¿Qué abuelos se largarían a Europa justo cuando va a nacer su nieta?. Pero como gente extraña hay en todas partes, pasemos por alto la primera irregularidad del film. A partir de este punto, Burt y Verona se plantean buscar un lugar donde instalarse, en el que conozcan a alguien (amigos comunes o familiares) y se sientan a gusto y protegidos para poder criar a su hija. Lo que se sucede a continuación es un desfile de personajes, a cual más extraño, que, cosas de la vida, provocan en los protagonistas una sensación de unión cada vez más fuerte y poderosa, siendo la resolución de la película (cuidado, spoiler) que ambos decidan instalarse en la vieja casa de los padres de ella (que murieron años atrás) en una casa perdida frente al mar, lejos de todo el mundo.
No es que la película en si no me gustara. Porque el caso es que sí que me gustó. Pero si tengo que mantener un punto de vista crítico con respecto a ella, la verdad es que patina por todos sus costados. Se apoya, principalmente, en el trabajo de sus protagonistas, ellos sí, totalmente creíbles tanto en sus gestos como en el ritmo de su interpretación. Eso, sumado a la agradable sensación que deja en el cuerpo una vez vista, hacen que todos sus defectos queden, medianamente, perdonados.